Cuando llegó a la página de fallecimientos no se lo podía
creer. El sudor frío empezó a brotar de su frente. A la incredulidad le siguió
la vergüenza. Luego vino la rabia y, por último, la alarma. Inmediatamente,
buscó el contacto del periódico para presentar su queja. Ya era tarde para
enmendar el error pero pensó que la empresa podía resarcirse de alguna forma.
Tras una acalorada conversación, colgó el teléfono algo más aliviado. Al día
siguiente, se apresuró a ojear el diario por la misma sección. Respiró
tranquilo, al fin, cuando comprobó que se había corregido el tremendo
despropósito. ¿A quién se le ocurre?, sonrió , obituario con h.
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