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Carlos Pérez
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"Cuando la realidad se vuelve irresistible, la ficción es un refugio. Refugio de tristes, nostálgicos y soñadores"

Mario Vargas Llosa

MICRORRELATO: "Clic"

sábado, 10 de abril de 2010


Gary Hill llegó a su casa de Texas tras la jornada laboral, como de costumbre, impregnando el ambiente de olor a gasolina. “Estos malditos horarios están acabando conmigo”, pensó, mientras se preparaba para la ducha. Las gotas que empezaron a caer sobre sus tensos músculos hicieron que se olvidara por un momento del duro día al frente de una empresa que odiaba. Se acordó que su mujer le había dicho que no la esperara despierto porque iría al cine con unas amigas. Cerró los ojos y dirigió su rostro hacia el chorro de agua caliente. En la ducha había encontrado la redención que necesitaba. “No, tomorrow never comes –empezó a cantar poniendo voz de Elvis. Now you tell me that you love me, oh, but tomorrow never comes”. Cuando llegó al dormitorio se dejó caer en la cama como un árbol talado y apagó la luz. Estaba muy cansado y sería cuestión de minutos que se quedara profundamente dormido. Sin embargo, Hill creyó escuchar un ruido que parecía provenir de la terraza. Abrió levemente uno de sus párpados y agudizó el oído, pero no volvió a escuchar nada. “Habrá sido cualquier estupidez”, se dijo para calmarse. Apoyó su cara en la almohada e intentó dormirse nuevamente. Después de unos segundos, ya no tenía duda. En la terraza había alguien. Hill había escuchado pasos y algunos ruidos extraños. Abrió la gaveta de la mesilla de noche, empuñó su viejo revolver y se dirigió sigilosamente a la terraza. Temblaba y no sabía si era por el frío o por el nerviosismo. Quizás, por las dos cosas. Llegó al umbral de la puerta que estaba semiabierta. Sus pupilas no se habían adaptado a la escasa luz, aún así, a través de la rendija, logró entrever un bulto del tamaño de una persona en medio del jardín. Notó como el corazón se precipitaba y apenas podía sostener el arma. “¡Quién está ahí!”, gritó lleno de pavor, ahora empuñando con las dos manos la pistola y apuntando a la misteriosa persona. Quiso encender la luz pero al no escuchar respuesta, sólo una cosa pasó por la imaginación de Hill. “¿Y si él es más rápido y me ataca antes?” Todo ocurrió en milésimas de tiempo. Tras un brusco movimiento que no supo interpretar, Hill encontró un valor inopinado y llevó hasta atrás el dedo que tintineaba sobre el gatillo. Con el ruido del disparo retumbando aún en sus tímpanos, dio varios pasos hacia atrás torpemente. Su mano llena de sudor golpeó varias veces la pared en busca del interruptor hasta que al final escuchó el ansiado “clic”. Para Hill la destrucción vino en forma de luz. La vio de espaldas, pero supo que era ella. Su mujer yacía en el césped y un hilillo de sangre avanzaba sobre un cartel en el que se podía leer: “Happy Birth…”

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