Un padre tenía cuatro hijos y una hija. La pequeña quería ser profesora, el mayor, enfermero, el que le seguía, pintor, el otro científico y el último ni lo tenía claro, ni daba palo al agua. Cuando el padre repartía la paga del fin de semana entre sus cinco querubines, lo hacía de forma escrupulosamente equitativa. Pero el vástago de vocación difusa urdía las más rebuscadas artimañas para hacerse con las escasas moneditas de sus hermanos. Al padre le preocupaban aquellos instintos ladronzuelos y cualquier recurso pedagógico acababa frustrado. Hoy día, sus talludos retoños son lo que soñaban, sin embargo, la oveja negra de la familia continúa con sus viejos vicios. Rodeado de compañeros de partido, le sigue robando a su hermana profesora, a su hermano médico, al pintor y al científico.
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