El viento y la lluvia arremeten virulentamente contra su cuerpo. Cada paso requiere un esfuerzo titánico e intenta mantener el equilibrio como un funambulista con tacones. Por si fuera poco, una impetuosa espiral de aire le ha despojado de sus gafas y camina medio a tientas. Articula cada rodilla como si las plantas de los pies hubiesen quedado atrapadas en cemento. El frío le ha petrificado los huesos. Su punto de apoyo se tambalea por culpa del agua. Queda el último esfuerzo pero ahora se ha desatado un alud. Decide agarrarse al suelo como una gota a punto de zambullirse al vacío. Al fin, consigue dar el último paso. Es entonces cuando Don Julián pide a uno de los chicos que ha salido del instituto, y que avanza por la carretera impasible ante el tráfico, que le toque el timbre. “Te dije que no salieras con este tiempo”, es lo primero que escucha de su mujer tras cerrar la puerta.
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