En el bar todos quedaron aturdidos cuando la vieron de nuevo. Hacía como dos años que no frecuentaba aquel mostrador de personajes cotidianos. Incluso, algunos la habían dado por muerta y ahora creían estar viendo una alucinación. Había entrado como de costumbre, tímidamente, apenas perceptible hasta llegar a la butaca. Fue en el momento de reposar su mejilla sobre la barra cuando adivinaron su presencia. Ese gesto les resultaba familiar. En el pasado lo habían visto repetir casi todos los días. El camarero, tras varios segundos petrificado, se dirigió hacia ella y la recibió con la alegría de antaño. Una vez dentro del bote, volvió a sonar el olvidado tañido de la campana.
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