El último romántico seguía enviando cartas por correo ordinario, conservaba sus películas preferidas en VHS y escuchaba sus venerados vinilos en una inmaculada gramola. No aparecía ni en twitter ni en facebook y prefería la biblioteca antes que la wikipedia. Chatear para él era algo extraterrestre y aún poseía en casa su teléfono de disco. El día en que encontró todas sus nostálgicas pertenencias esparcidas por el suelo, corrió a su habitación, se arrodilló frente a su cama y levantó el colchón. Su corazón se fue desacelerando lentamente, al comprobar que miles de Hernán Cortés le devolvían la mirada.
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