Te despiertas y recuerdas que debes tocar el suelo con el pie derecho. Luego pasas tu mano por la mesilla de madera. Antes de desayunar, colocas correctamente todos los cuadros que encuentras torcidos. Tu mujer estornuda y le diriges un enérgico “Jesús”. Ya, en la mesa, volteas los panes que ves boca abajo. Mira que se lo tengo dicho, murmuras. Terminas de comer y te diriges a la puerta. Detrás de ella colocas la escoba al revés. Compruebas que llevas la pata de conejo en el bolsillo de la solapa y la ramita de perejil en la cartera. Caminas por la acera bien atento a que ningún gato negro ose cruzarse en tu camino. Te topas con una masiva procesión de Semana Santa y decides entrar en el primer bar que sale a tu paso. Pides una copa de vino y procuras no derramar una sola gota. Miras hacia la calle y te preguntas cómo toda esa gente de fuera puede creer en semejantes tonterías.
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