Inventaron mil y una formas para impedirlo. Tenemos que seguir como sea, se decían una y otra vez, día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Sin embargo, la situación era ahora insostenible y el desenlace no se pudo esquivar más. Sus tres hijos esperaban en el coche. Solo Pablo, el mayor, notó que ocurría algo cuando vio a sus padres agarrarse fuertemente las manos desnudas, antes de abandonar el aparcamiento. Giró su rostro hacia la ventanilla y, tratando de averiguar lo que sucedía, preguntó: “¿Qué es esa tienda de ‘compro oro’, mamá?
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