Todos los yonkis se congregan a la misma hora para negociar con el camello. No cruzan las miradas. Algunos se avergüenzan de estar ahí, decrépitos, famélicos, agonizantes. Otros no logran esconder los efectos del mono y suplican sus dosis con gran patetismo. El camello de corbata reparte las inyecciones a destajo y sin escrúpulos. Sabe que está destrozando la vida de muchas familias, pero mantiene su conciencia tranquila. Él no ha inventado el vicio y además es un mandado, se dice mientras contempla a sus clientes cayendo en éxtasis. Mañana atenderá, rutinariamente, a una nueva cartera de usuarios. En su laboratorio tiene dosis de sobra. Gruesas y suculentas inyecciones de capital del Estado.
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